GESTACION DEL CARISMA

 

María Sara Alvarado Pontón recibió una llamada precisa del espíritu para dar vida a una nueva comunidad, viviendo de manera particular el evangelio y el seguimiento de Cristo, con un proyecto de vida como respuesta a los signos de los tiempos y con una específica misión en la iglesia [1]; es así como el 11 de febrero de 1938, se ofreció formalmente a la obra de las sirvientas, buscando la mayor gloria de Dios y el bien del prójimo. Entre este prójimo escogió el servicio doméstico, jóvenes que no tenían un hogar fijo, eran huérfanas o tenían la familia lejos y al quedarse sin empleo no sabían a dónde ir exponiéndose al mal moral de la sociedad Bogotana. Considerada esta situación concreta, hicieron desear la creación de una Casa Hogar de la sirvienta Cristiana donde pudieran albergarse sin peligro, encontrando cariño, atenciones y cuidados, alimento para el espíritu y luz para la inteligencia, instrucción adecuada a su condición, respuestas sencillas a sus preguntas y ayuda para la correspondencia epistolar[2]; vio necesaria la formación religiosa y moral de las mujeres dedicadas al servicio doméstico, así como de las jóvenes o muchachas de mayor edad[3].

En este camino de gestación y ante el deseo de la fundadora y sus compañeras de vivir bajo la sombra de la vida consagrada, en 1949 la Obra de Nazareth se separó del Sindicato doméstico para ser encausada a la vida religiosa con una finalidad concreta que le permitiera obtener una futura y definitiva aprobación eclesiástica; amplió sus servicios a las muchachas del campo y de la ciudad, siempre en la búsqueda de la gloria de Dios por medio del servicio a la Iglesia a través de una consagración especial a las obras católicas de beneficencia y apostolado, «privilegiando la atención integral a los más necesitados: campesinos, obreros, empleados» (RyC 7), de acuerdo con las circunstancias de los tiempos y las normas de la Santa Sede (RyC 2)[4], teniendo siempre presente las palabras de San Pablo: «Me hago todo para todos a fin de ganarlos a todos para Cristo; de todos me hago siervo para ganar más almas» (1Cor 9,22; RyC 6).

UNA VOCACION DE SERVICIO

 

«La vida consagrada tiene la misión profética de recordar y servir el designio de Dios sobre los hombres» (VC 73). Jesús, el Hijo de Dios, al venir al mundo, aceptó la voluntad del Padre entregándose por amor hasta la muerte; su vida entera es una donación total al Padre y a la humanidad que le permite presentarse como el que ha venido no a ser servido sino a servir (Mt 20,28). Este espíritu de entrega y servicio ha de ser también la característica principal de sus seguidores, a ellos les ordena hacer lo mismo que El hace: Servir a los demás (Jn 13, 1-6)[1].

El servicio supone la llamada de Dios: Cristo llamó y escogió nominalmente a sus apóstoles, los preparó durante su vida pública y los envió como él había sido enviado por el Padre, participándoles su propia autoridad y prometiéndoles la asistencia especial del Espíritu Santo. La dimensión fraterna de nuestro servicio tiene sentido pleno, si percibimos a Jesús presente en nuestros hermanos especialmente en los más pobres y necesitados; pues Él considera como hecho a sí mismo lo que hagamos a nuestro prójimo: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Sirviendo a los hermanos también se sirve a Dios. Servir a los demás es entregarse, donarse como lo hicieron Marta y María en Betania, que llevadas del amor, acogen a Jesús en su casa, le atienden, le sirven, le proporcionan descanso (Jn 12, 1-8). No importa que nuestra casa sea humilde si sus puertas se abren para recibir a todos y en medio de la sencillez encuentra siempre un lugar amable quien está cansado y un vaso de agua el que está sediento, se facilita a los que pasan la ruta que deben seguir, alentando sus esperanzas con nuestra acogida, nuestro testimonio y nuestras palabras. Cuan inmensa y sublime es nuestra misión realizada con amor, en la que reconocemos el rostro de Cristo en los hermanos a quienes servimos [2]. El amor  por Jesús y el prójimo es una  llamada que hace parte de nuestro camino de santificación y el de nuestros hermanos.

Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó e le pedregal, donde no tenía mucha tierra; pero cuando salía el sol se agostó, y por no tener raíz se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y creciendo y desarrollándose dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento (Mc 4, 38). La acción apostólica que es la manifestación del carisma tiene como eje transversal la Buena Nueva de Jesús que anuncia la salvación, la liberación de toda opresión del hombre y que lo conduce a la dignificación humana y a su integración al proceso social contemporáneo como sujeto consciente, libre, crítico y solidario. Evangelizar al hombre es parte vital del carisma de la Congregación [3].

LA ESPIRITUALIDAD

 

La espiritualidad cristiana tiene su origen y fundamento en la persona de Jesús y aparece en el Evangelio como una invitación y exigencia de él mismo a su seguimiento para participar de su vida, misión, destino y reproducirlo a lo largo de la historia[1]. Por tanto, la espiritualidad [2] es entendida como la unidad integradora de las dimensiones de la vida del creyente y por consiguiente de la religiosa. Se fundamenta en el criterio y orientación del principio evangélico del seguimiento de Jesús [3].

Partiendo de estos presupuestos sobre la espiritualidad, la Congregación de DHNN, fundamenta la espiritualidad en la nupcialidad creatural, bautismal, eucarística y mariológica[4]. Vive, crece y se fortalece en la oración y la contemplación de Jesús en Nazareth y en el Misterio de la Eucaristía. Se enriquece con el estudio asiduo de la Palabra de Dios, la celebra en la liturgia y la proyecta en el apostolado con el testimonio de vida[5].

 

ORIGEN DE LA ESPIRITUALIDAD

 

Sara Alvarado Pontón, preocupada no solo de dar una respuesta a la realidad social de su pueblo, busca la forma de fortalecer espiritualmente la vida de quienes ingresan a la Obra y es así como define el Espíritu que debe animar la vida en Nazareth: nuestra vida será sencilla y común a imitación de Jesús, María y José en Nazareth. Vida escondida de oración y trabajo, estos dos medios emplearemos para el apostolado, observaremos en nuestro porte una dignidad amable, una dulzura y humildad que inspire confianza, pero sin familiaridad ni ligereza; llevaremos como sello de nuestra espiritualidad la presencia de Dios, ejerceremos la caridad con todas como esclavas de la Santísima Virgen, tendremos como sagrado deber el cumplimiento de sus palabras siendo como Ella, profunda y sinceramente humildes. Practicaremos la obediencia como una necesidad de nuestra condición. Amaremos la pobreza, oscuridad y menosprecio del mundo como el tesoro mayor que poseemos, trabajaremos para el servicio de nuestras hermanos pobres, enfermos y necesitados; amaremos la pureza y la conservaremos como la más preciada joya, nuestra oración y el trabajo serán nuestras armas defensivas, la confianza en Dios y en la Santísima Virgen nos afianzará en la virtud[6].

Ama mucho el trabajo material e implántalo en todas como un honor y consuelo, pues eso hubo en Nazareth para los tres. Es el camino de la verdadera mortificación, y es contrario al Espíritu del mundo (DMF).

El espíritu de Nazareth es el de la imitación de la humilde vida de Jesús, María y José en Nazareth donde se forjó la redención del mundo, y como un homenaje a la vida oculta que ellos llevaron en la tierra por la gloria del Padre celestial en su vida de humildad, pobreza, sencillez, laboriosidad, amor a Dios y del prójimo, sin ostentación ni brillo a los ojos del mundo sino solo para complacer al Señor; en fin, el ideal de Nazareth es acompañar a Jesús siempre multiplicando doquiera los hogares que como el suyo sólo se ocupen de cumplir la voluntad de Dios en la tierra y formando con ese fin almas que prolonguen su vida laboriosa, humilde y silenciosa aun en medio de la indiferencia de los que no conocen a Dios[7]. Vivida así la espiritualidad, mediante el esfuerzo personal de configurarse con Cristo, la DHNN «se esmera por perseverar y se destaca en la vocación a la que ha sido llamada por Dios, para que más abunde la santidad de la Iglesia y para mayor gloria de la Trinidad, que en Cristo y por Cristo es la fuente y origen de toda perfección» [8] (LG 39,47).

Ojala que todas a una, tengamos el espíritu de  Nazareth Dominicano, que es de contemplación y acción, como la de nuestro Señor, la Santísima Virgen, San José y los Apóstoles, y si en esto no estamos bien formadas y convencidas, nos exponemos a no hacer nada.

  LA «VIDA OCULTA» DE NAZARET:

 

Cristo vivió con su familia en Nazaret, «creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,39.51-52): «El Hijo unigénito, consustancial al Padre, “Dios de Dios, Luz de Luz”, entró en la historia de los hombres a través de una familia... Por tanto, si Cristo “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (GS 22), lo hace empezando por la familia en la que eligió nacer y crecer. Se sabe que el Redentor transcurrió gran parte de su vida oculta en Nazaret: “sujeto” (Lc 2,51), como “Hijo del Hombre”, a María, su madre, y a José, el carpintero. Esta obediencia filial, ¿no es ya la primera expresión de aquella obediencia suya al Padre “hasta la muerte” (Flp 2,8), mediante la cual redimió al mundo?» (Juan Pablo II). Es como si Él mismo nos dijese:   

«Después de mi presentación y mi huida a Egipto, me retiro a Nazaret, donde paso mi infancia y mi juventud, hasta los 30 años. Es por vosotros, por vuestro amor... durante esos 30 años no ceso de instruiros, no con palabras, sino con mi silencio y mi ejemplo. ¿Qué os enseño? Os enseño, ante todo, que se puede hacer bien a los hombres, mucho bien, un bien infinito, un bien divino... sin palabras, sin sermones, sin ruido, en silencio y con buen ejemplo. ¿Qué ejemplo? El de la piedad, el de los deberes para con Dios amorosamente cumplidos; el de la bondad para con los hombres, la ternura para cuantos nos rodean, los deberes domésticos santamente cumplidos; la pobreza, el trabajo, la humildad, el recogimiento, la soledad, la oscuridad de la vida escondida en Dios, una vida de oración... Os enseño a vivir del trabajo de vuestras manos, para no ser una carga para nadie y tener de qué dar a los pobres, y doy a este género de vida una belleza incomparable: la de mi imitación.

Todo aquel que quiera ser perfecto, debe vivir pobremente, imitando fielmente mi pobreza de Nazaret. ¡Cómo predico en Nazaret la humildad, pasando 30 años en estos oscuros trabajos; la oscuridad, permaneciendo durante treinta años tan desconocido –yo, la luz del mundo–; la obediencia, yo, que he estado sometido durante 30 años a mis padres, santos, sin duda alguna, pero hombres, y yo soy Dios!... ¡Qué desprecio de las cosas humanas, de las grandezas humanas, de las maneras humanas, de todo lo que el mundo estima: nobleza, riqueza, rango, ciencia, inteligencia, reputación, consideración, distinción mundana, bellas maneras! ¡Cómo rechazo todo esto lejos de mí, para no dejar ver en mí más que a un pobre obrero...» (Carlos de Foucauld).  

De esta “vida oculta” en Nazaret, San Ignacio nos invita a considerar: 1º) Era obediente a sus padres. 2º) Aprovechaba en sapiencia, edad y gracia. 3º) Se ejercitaba en el arte de carpintero, como sugiere Mc 6,3: «¿No es éste el carpintero?» [271]. La “vida oculta” de Nazaret nos enseña a crecer “en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres” desde una fidelidad escondida, superando la prueba de la acedia, sin sucumbir al desánimo o la rutina del día a día.

«HÁGASE TU VOLUNTAD…»: Como Jesús “viene del Padre” (Jn 8,42) y “todo lo ha recibido de Él” (Mt 11,25), está siempre dispuesto a “ocuparse de sus cosas” ya desde la infancia (Lc 2,21-28; 2,41-50): «Manifiesta a sus padres un deseo de quedarse en el Templo y hacer de él su casa porque es la casa de su Padre. Pero los padres le contestan que su lugar es Nazaret, y a Nazaret baja sometido, hijo. E hijo seguirá siendo, célibe, no padre, hasta que le llegue la Hora de mostrarse como el Hijo» (L. Trujillo). Por eso, acepta en obediencia y fidelidad las múltiples mediaciones (personas, lugares, actividades…) que Dios le ofrece para crecer “en sabiduría y gracia”: toda su vida consiste en acoger y secundar la Voluntad del Padre “en lo secreto y escondido” (Mt 6,1-18), porque “hacerse niño” es obedecer por amor: «dejar confiadamente que dispongan de uno» (H. Rahner):

«El Padre se sirve de múltiples medios para instruir al Hijo. Ya antes había escrito una carta que su “hijo primogénito”, Israel, tenía que leer y meditar: la Biblia. Iba dirigida, en primer lugar, al Hijo por excelencia [Cristo]. Algunas de sus páginas, por ejemplo, las que se refieren al Justo doliente y al Siervo de Yahvé, se iluminaron quizás de pronto y tomaron a los ojos de Jesús un sentido desconocido hasta entonces, como si el Padre hubiera puesto su dedo en aquellos textos, señalando a su Hijo aludido en ellos. También los acontecimientos de su vida fueron un libro que podía descifrar... La lectura de los acontecimientos y la de las Escrituras se confirmaban mutuamente» (F.X. Durrwell).

La obediencia nace pues de reconocer la Verdad, el Bien y el Amor que preceden y trascienden nuestra vida (de hijos y de padres) y que deben conducirla a su pleno cumplimiento (sin servilismos ni autoritarismos): el padre es sólo un “educador” y un “testigo”, y el hijo «no llega a ser él mismo con la exclusión del otro, sino con la obediencia a aquel que le hace crecer y gracias al cual está en condiciones de llegar a ser él mismo» (F. Ulrich). Por ello, aceptando las “mediaciones” (imperfectas) que Dios le da (¡sin huir de ellas!):

 

«Quiero abajarme con humildad y someter mi voluntad a la de mis hermanas, sin contradecirlas en nada y sin andar averiguando si tienen derecho o no a mandarme. Nadie, Amor mío, tenía ese derecho sobre Ti y, sin embargo, obedeciste, no sólo a la Virgen Santísima y a San José, sino hasta a tus mismos verdugos. Y ahora te veo colmar en la hostia la medida de tus anonadamientos. ¡Qué humildad la tuya, Rey de la gloria, al someterte a todos tus sacerdotes, sin hacer distinción alguna entre los que te aman y los que, por desgracia, son tibios o fríos en tu servicio!» (STLisieux).

 LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARETH 

 

La Santa Familia de Nazareth es pues para la Congregación de DHNN, el modelo de:

 

Toda su vida interior

De todas sus obras de beneficencia y apostolado:

De oración,

De vida de consagración a Dios y de práctica de caridad con el prójimo en todos

los campos de acción en que la providencia Divina, por medio de sus legítimos

superiores se digne colocarla.

 

La familia formada por Jesús, María y José, ofrecen a nuestra reflexión una enorme

riqueza humana y espiritual, cuyos fundamentos son:

 

La fe,

La esperanza  

La caridad

 

Se  presenta como reto a la familia universal y a la sociedad. Las hermanas deben tener presente que su vida, como la del Verbo Encarnado, la Santísima Virgen de Nazareth y el Patriarca San José, debe ser de una caridad universal (EMF).

 

JESÚS DE NAZARETH

 

En Jesús se cumple la promesa del nuevo profeta, él vive ante el rostro de Dios no solo como amigo sino como Hijo único que está en el seno del Padre, la morada eterna del Verbo; pero de allí ha salido para entregarse a las criaturas. Al salir sin embargo, permanece oculto y su morada es el seno de María donde es concebido y formado; bajo su sombra crece en edad, en gracia y sabiduría, rodeado de los suyos en Nazareth, donde pasa la mayor parte de su vida, pueblo del cual él recibe el nombre de Nazareno (Mc 1,24; Mt 2,24). Sobre su vida a Nazareth se sabe muy poco, pero, se puede decir que “vivió sujeto a María” (LG 57) y a José ( Lc 2, 51), quien lo introdujo en la Torah y le enseñó el trabajo de Carpintero (no es éste el hijo del carpintero; el carpintero, el hijo de María? Mt 13, 55; Mc, 6, 3); Sin embargo, como atesta Lucas, el nacimiento virginal manifiesta que Jesús es el Hijo de Dios. He aquí uno de los grandes misterios de la vida de Jesucristo: el retiro que vivió hasta el tiempo de la predicación. Este hombre Dios que era participe de todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, que poseía en grado supremo todos los dones de la naturaleza y de la gracia se redujo sin embargo a una vida oculta.

MARIA DE NAZARETH

 

A lo largo de la vida oculta de Jesús en la casa de Nazaret, también la vida de María está oculta con Cristo en Dios (Col 3, 3), por medio de la fe. María constante y diariamente está en contacto con el misterio inefable de Dios que se ha hecho hombre, misterio que supera todo lo que ha sido revelado en la Antigua Alianza (LG 55). Desde el momento de la anunciación, la mente de la Virgen Madre ha sido introducida en la radical novedad de la autorrevelación de Dios y ha tomado conciencia del misterio (LG 56). Es la primera de aquellos pequeños, de los que Jesús dirá: Padre... has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños (Mt 11, 25). Pues nadie conoce bien al Hijo sino el Padre; sin embargo, es la primera entre aquellos a quienes el Padre lo ha querido revelar. Es, por tanto, bienaventurada, porque “ha creído” (RM 13)[1] y cree cada día en medio de todas las pruebas y contrariedades del período de la infancia de Jesús y luego durante los años de su vida oculta en Nazareth, donde vivía sujeto a María y también a José; de ahí que el Hijo de María era considerado también por las gentes como el hijo del carpintero (Lc 2, 51: Mt 13, 55)[2].

María es la Virgen oyente, que acoge con fe la palabra de Dios; es asimismo, la Virgen orante que abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza; es también la Virgen Madre, tipo y ejemplo de la fecundidad de la Virgen-Iglesia, la cual se convierte ella misma en Madre, porque con la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos, concebidos por obra del Espíritu Santo, y nacidos de Dios; es la Virgen oferente que se da íntegramente a la voluntad de Dios (MC 16, 20).

Para la Hermana DHNN, María debe ser, verdaderamente la vida, dulzura y esperanza; el faro de luz que alumbra nuestro camino hacia la eternidad; la Madre solicita quien, acude a nuestras necesidades y quien por una entrega plena de todo nuestro ser, va realizando en el correr de los días nuestra anhelada configuración con Cristo[3]. Siguiendo la tradición dominicana, las hermanas rendirán a María Santísima un culto de amor y gratitud como a su verdadera Madre y Reina de los corazones, para continuar por el camino de la fidelidad más absoluta, reproduciendo a Cristo en sus vidas: obra que es ardua pero que solo el amor la hace posible (RyC 156), y para amar como debemos es necesario el espíritu de oración.

Pertenecemos a la familia que nació, creció y que ha vivido bajo la protección de la Virgen María. Ella inspiró a Santo Domingo su fundación; Ella misma le dió su blanco hábito. Ella no contribuye solamente como causa moral, alcanzándonos las gracias por su intercesión, sino que por su acción incesante es nuestra verdadera Madre, nuestra verdadera vida, la verdadera esposa del Espíritu Santo, el cual ha querido asociarla a sus dos grandes obras: «la encarnación del Verbo y la santificación de las almas»¸donde con su sí se convirtió en modelo de seguimiento, pues es la primera discípula de Jesús[4]. Por tanto, nuestro apostolado consiste en llevar las almas a Dios con la ayuda de los dos medios principales del apostolado en Nazareth: la contemplación del Dios hecho hombre en la historia y presente en el sacramento de la Eucaristía, y la imitación de María y José en la Casa de Nazareth.

La madre María Sara, declara que la única Fundadora, Reina y Señora que reconoce y con ella todas las que quieran seguirle en la Institución, es Nuestra Señora la Virgen María en la advocación de «Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá»[5]. Le hace la promesa de honrarla siempre y hacer pasar por su Santuario todas las personas que ingresaran en la Comunidad [6]. La hermana DHNN, por tanto, debe proclamar con verdadera alegría el evangelio de la Encarnación del Hijo de Dios y hacer de su vida y comunidad otro Nazareth.

 

JOSÈ DE NAZARETH

 

El misterio de la Encarnación, necesita hacerse transparencia en cada época histórica, por medio de hombres y mujeres que hagan de su vida una donación silenciosa a Dios y a la humanidad; es así como a José de Nazareth se le puede describir según San Pablo, una vida escondida con Cristo en Dios (Col 3,3), es decir, una vida de servicio de Cristo nacido de María. Vivir en el anonimato, en el silencio para llenarse de Dios amor.

Los textos bíblicos que hablan de San José son palabra viva, siempre joven que sigue indicando una misión en el mundo; misión de vivir y transparentar a Cristo por medio de un camino de fe, de contemplación y de servicio a los hermanos; su vida se convierte en modelo de escucha, siendo el hombre justo, prudente, trabajador, firme y constante, oculto y silencioso; por lo tanto, compartir la vida con Cristo al estilo de José de Nazareth es un caminar de fe, de esperanza y un caminar en la caridad. Esconderse con Cristo en el propio Nazareth, es acompañarle en el camino de la vida para hacerse consciente de la realidad y misterio de los hermanos, apreciando su trascendencia y dándose a ellos con la donación de Cristo[7].

Para que la vida religiosa de la DHNN, venga a ser de veras un vivo reflejo del misterio que se vivió en la casa de Nazareth, queremos rendirle diariamente un culto muy especial de veneración, amor e imitación al patriarca San José, para que se digne sostenernos generosamente en el amor al padre celestial, en la imitación de las virtudes de María, en nuestra configuración con Cristo (RyC 158), y finalmente como él que se consagró totalmente a la persona y obra de Jesús, viviendo en la sorpresa de Dios, en la pobreza de un corazón abierto a su palabra y en la pobreza de una vida que es solo donación de sí mismo, unido al Magníficat de María.[8]; las hermanas vivan realmente el camino de santidad, comprometidas según los planes de Dios a favor de los hermanos.

MISION DE LA CONGREGACION

 

El testimonio que el Señor da de sí mismo, aplicándose las palabras del profeta Isaías: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres (Lc 4, 43), es una invitación directa a sus seguidores, especialmente en la vida consagrada para realizar en la historia el designio salvador del Padre por medio de una vida transfigurada que dé testimonio del amor que salva (EN 6; RdC 33).

Inserta en el contexto de la Iglesia (LG 17), la misión de la Congregación se sintetiza en el «hacerse toda para todos para ganarlos a todos para Cristo» (1Cor 9, 22), a ejemplo de Jesús, María y José en Nazareth, privilegiando en nuestro servicio la atención integral a los más necesitados: campesinos, obreros, empleados, estando abiertas a las necesidades pastorales de la Iglesia y atentas a los signos de los tiempos (RyC 6 – 7); Sirviendo a la construcción del Reino de Dios encarnado en Jesús y testimoniado en la Iglesia desde los Apóstoles hasta nuestros Fundadores, por medio de la vivencia plena del carisma congregacional: Testimonio vivo de la vida oculta de Jesús en Nazareth, alabanza y vivencia de la presencia y la acción Eucarística de Jesús en la Historia[1].

La inspiración de la misión apostólica de la Congregación se fue cimentando paulatinamente en la atención a las empleadas del servicio doméstico y obras asistenciales, que hoy se concretan en los Hogares para Adultos Mayores, Economatos y las instituciones educativas; este acompañamiento apostólico de la Congregación a las obras de la Iglesia se extiende al servicio en las parroquias, los santuarios, las casas de espiritualidad y de convivencia; en la misión Ad Gentes, a grupos de minorías raciales y de culturas ancestrales, tanto en América latina como en África” (AG 40). Esta misión se concreta, según las exigencia y necesidades de los hombres y mujeres en cada momento de la historia y en cada cultura (RdC 36), buscando prioritariamente la salvación integral de las personas, la transformación de las situaciones de menoscabo humano en situaciones más justas y dignificantes: promoviendo la dignificación de la mujer (MD 4), el fortalecimiento de la familia (FC 71), la protección y el apoyo a las personas mayores vulnerables [2], la promoción humana a través de la educación (GE 1), la propiciación de ambientes de crecimiento espiritual y de acompañamiento en la vida cristiana (GS 26,27); la madurez de la fe en nuestros pueblos y el desarrollo de los valores evangélicos en las culturas aborígenes [3].

La misión de la Congregación en todos sus frentes apostólicos tiene por principio la defensa de la vida y dignidad de la persona humana (EV 2). También promulga la justicia y el respeto a los derechos fundamentales de todas las personas, atendiendo con equidad e igualdad de oportunidad a quienes demanden su servicio.

Hacerse todo para todos para ganarlos a todos para Cristo.

"La finalidad del cuidaddo de las personas mayores es, ser continuadoras de la misión de Cristo, que pasó por el mundo haciendo el bien; concretado en acoger, cuidar y prodigar todo género de asistencia, inspirada en la caridad evangélica, a los ancianos necesitados. Hemos sido llamadas a hacer de nuestra vida vida una gozosa donación de amor, en el servicio a los ancianos, al estilo de Cristo que nos amó hasta el extremo(Juan 13,1). Amor que se alimenta en la oración y en la eucaristía. En nuestras casas de mayores tenemos como lema , cuidar los cuerpos para salvar las almas. Nuestras residencias tienen carácter de hogar, por lo que se trata fundamentalmente de fomentar en los ancianos el espíritu de familia, a fin de que se sientan como en su propia casa, ofreciendo un servicio desinteresado, con amor y cariño.

 

Es necesario que la Iglesia esté presente en medio de estos grupos humanos por medio de sus hijos, que viven entre ellos o que a ellos son enviados. Porque todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el nombre nuevo de que se revistieron por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, de tal forma que, todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban, cabalmente, el sentido auténtico de la vid y el vínculo universal de la unión de los hombres.

 

No importa que nuestra casa sea humilde si sus puertas se abren para recibir a todos y en medio de la sencillez encuentran siempre un sitio amable; se facilita a los que pasan la ruta que deben seguir, se ofrece nuestra acogida, nuestro testimonio y una palabra que aliente sus esperanzas.

 

El objeto esencial y primordial de la catequesis es el Misterio de Cristo; por lo cual, catequizar es, escrutar ese Misterio en toda su dimensión y descubrir en la Persona de Jesús el designio eterno de Dios que se realiza en Él. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras, los signos realizados por Él mismo. En este sentido, el fin definitivo de la catequesis es poner al creyente en contacto y comunión, en intimidad con Jesucristo (CT 5).

El documento de Santo Domingo reconoce que respecto al Kerigma y en la catequesis aún queda mucho que hacer. Existe mucha ignorancia religiosa, la catequesis no llega a todos y muchas veces llega en forma superficial, incompleta en cuanto a sus contenidos, o puramente intelectual, sin fuerzas para transformar la vida de las personas y sus ambientes[1]. Por tanto, la DHNN en su misión evangelizadora allí donde se encuentre debe acentuar una catequesis Kerigmática y misionera; lo cual requiere que las hermanas estén sólidamente preparadas con un itinerario que abarque desde la infancia hasta la edad adulta, utilizando los medios más adecuados para cada edad y situación (EN 44).