Sara Alvarado Pontón, nació en Bogotá el 12 de septiembre de 1902, en el hogar cristiano de Dámaso Alvarado y Felisa Pontón. Era la decima tercera y última de la familia, Jorge su hermano precedente contaba entonces con trece años, circunstancia que la hizo acreedora a todas las miradas, afecto y atención no sólo de sus padres, sino también de sus hermanos y familiares. Fue Bautizada el 16 de octubre de 1902 con el nombre de Sara y recibió el sacramento de la Confirmación el año sucesivo.

En 1910 inició las primeras letras en su familia y en el Colegio de la Presentación, continuándolos luego en el colegio de la Providencia donde fue dirigida espiritualmente por el padre Jesuita Luis Rincón, animándola a una vida de piedad. Sus años de estudio se vieron interrumpidos por la enfermedad de reumatismo articular, al cual los médicos nunca acertaron una curación definitiva, teniendo que renunciar a los recreos y juegos con sus compañeras; motivo por el cual fue mirada con muchas consideraciones. El 1 de enero de 1912, muere su padre, dolor que enlutó a toda la familia y de manera especial a Sara, quien se vio rodeada del afecto aún más profundo de su madre y de sus hermanos.

La familia Alvarado Pontón de raíces cristianas le ofreció un ambiente sano y favorable a su formación, orientándola hacia una particular devoción a la Santísima Virgen en su advocación de la Inmaculada Concepción; desde su infancia fue consagrada como su esclava y como signo de esta consagración recibió la imagen de nuestra Señora, en la advocación de la Medalla Milagrosa. Su vida eucarística inició con la Primera Comunión recibida el 16 de mayo fiesta de la Ascensión del Señor, en el templo de Santo Domingo en Bogotá; acontecimiento que marcó en la vida de María Sara la llamada profunda a la santidad.

En la etapa de la adolescencia y juventud Sara gozó de buenas amistades y de excelentes relaciones espirituales con sus maestras y catequistas. En el estudio obtuvo óptimas calificaciones, concluyéndolos en el año de 1920 con el título de Maestra Elemental, hecho que le permitió dedicarse a la educación de sus sobrinos y en casas de familia.

El 20 de noviembre de 1920 día de su conversión, dió un nuevo rumbo a su vida orientándola al seguimiento de Jesucristo; para lo cual, el Padre Martín Camarero Núñez, S.J. fue el instrumento de Dios. «En Templo de San Ignacio, este sacerdote durante la confesión y sin conocimiento previo de la Señorita Sara, le dijo todo cuanto había pasado por su alma; le habló en nombre de Dios; le comunicó que Dios estaba esperando desde hacía tiempo que se entregase definitivamente a su servicio, pues no podía continuar jugando unas veces con la gracia y otras con el mundo; había llegado la hora decisiva: o ser de Él, o dejarlo por las cosas terrenas. Si era generosa y correspondía, estaba destinada a ser piedra angular de un gran edificio y llevar detrás un gran número de almas que serian para Dios, si no correspondía, arrastraría también muchas al mal».

Una profunda emoción invadió todo su espíritu, sintiendo en su alma una fuerza irresistible que la impulso a pedirle a este Sacerdote, le ayudara a empezar inmediatamente una nueva vida para reparar la pasada y darse a Dios; éste por su parte, la invitó al altar de la Virgen de la Estrada, para que hiciera su entrega a ella. El padre Núñez que en aquel momento estaba de paso, de regreso, le dijo a Sara sin que ella le hubiera contado, todo lo que había pasado por su alma durante ese tiempo, hasta los más íntimos detalles; ella comprendió que era el mensajero de Dios para su alma y se puso bajo su dirección. El Padre por su parte le ordenó hacer un reglamento de vida, le exigió unos ejercicios espirituales siguiendo el método de San Ignacio, le dió normas especiales instándola a obedecer a su madre y hermanos, a estudiar y a trabajar ayudando a la empleada del servicio en los oficios de la casa, tratándola con suma caridad. Le exigió llevar un reglamento de vida austera como si ya fuera religiosa.

En la búsqueda de realizar en su vida la voluntad divina y orientada por su «director espiritual», el 22 de diciembre de 1923 ingresó a la Comunidad de las Religiosas Capuchinas Misioneras en Yarumal Antioquia. El 25 de marzo de 1924 tomó el hábito con el nombre de Sor Juana de la Cruz de Bogotá, pero su salud se resintió por el cambio de clima, la alimentación y el excesivo trabajo para su complexión frágil, además no estaba habituada a trabajos duros y pesados; el problema reumático se agudizó y después de un tiempo de permanencia en esta comunidad el médico le aconsejó el regreso a su familia, que se hizo efectivo el 25 de mayo de 1925.

Dios continuó llamándola a su servicio y ella en el deseo de responder buscó la vida contemplativa, ingresando al monasterio de la Visitación el 1926, siendo admitida al noviciado el 5 de agosto de 1927 con el nombre de Sor Margarita Berchmans Alvarado y después de haber llevado el hábito durante 14 meses, las hermanas del Monasterio no la consideraron llamada por Dios para seguir este género de vida por los serios problemas de salud que padecía, teniendo que abandonar el claustro en el transcurso de 1928.

Después de esta experiencia Sara vivió cerca de dos años con su hermana Elisa, ayudándole en la educación de los hijos y en el cuidado de la casa. Su confesor el Padre Luis Rincón Ospina, CMF, le aconsejó no desistir de su empeño de hacerse religiosa, encaminándola en 1930, a la Comunidad de religiosas del buen pastor, donde se sintió verdaderamente feliz hasta que la enfermedad la visitó nuevamente. A pesar de su delicado estado de salud tomó el hábito con el nombre de María del Santísimo Sacramento, pero infortunadamente duró solo algunos meses, viéndose obligada a regresar a su hogar. Una vez recobrada la salud, se dedicó nuevamente a la educación de sus sobrinos.

La Señorita Sara hizo una vida como de religiosa en el mundo hasta que en 1932, la Madre María Fonseca Silvestre le solicitó que le colaborara en la enseñanza y formación en el asilo fundado por ella, para las niñas; propuesta que acogió con agrado, puesto que este trabajo favorecía aquella vida que anhelaba: vivir dentro de una casa religiosa, tener momentos libres para la adoración del Santísimo y hacer un apostolado de enseñanza y caridad, sueño ambicionado desde su infancia. Sus familiares se opusieron a este trabajo y le manifestaron que continuase con la educación de sus sobrinos; es así como en 1934 regresó nuevamente a la finca San Gregorio y allí inició un curso de estudios bien organizado con los hijos de sus hermanos Elisa y Germán.

La Señorita Sara a pesar de los fracasos anteriores, intentó de nuevo otra experiencia de vida religiosa, a comienzos de 1937 en la Comunidad de las Deificadoras, quienes no la recibieron de inmediato; la Madre Ana de Atehortúa, le fijó la fecha de ingreso y la envió a hablar con Monseñor Arbeláez, Obispo auxiliar de Bogotá, quien por su parte le pidió colaborar al Padre Fray Eliecer Arenas Santos, O.P. en la organización del sindicato doméstico del cual él era asistente eclesiástico.

En la espera de ingresar a la nueva comunidad de Deificadoras, ayudó en este apostolado a favor de las empleadas del servicio doméstico. Durante este tiempo se dió cuenta de las múltiples necesidades de las muchachas y con entusiasmo se dedicó a solventar sus problemas de acuerdo con el Padre Arenas, quien le propuso abrir una casa de hospedaje y que fuera ella quien le colaborase en la formación y preparación de las futuras dirigentes del Sindicato doméstico. Después de un tiempo de reflexión y conforme a la decisión tomada en el retiro de noviembre de 1937, se ofreció formalmente a la obra de las sirvientas. El 11 de febrero de 1938 dejó definitivamente la familia y en compañía de Sofía Espinosa, María Eudora del Carmen Fonseca y Mercedes Gutiérrez emprendió la aventura del seguimiento de Cristo por medio del servicio a los más necesitados en la persona de las empleadas del servicio doméstico. Inició la Obra de Nazareth el 25 de Marzo de 1938 y el 25 de junio de 1945 fue reconocida como Pía Sociedad; en ese mismo año el 29 de junio, la Señorita Sara hizo su profesión en la Tercera Orden de Santo Domingo; el 9 de noviembre de 1948 consagró oficialmente la Congregación a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y ella fue ratificada como fundadora de la Obra. El 28 de marzo de 1980 consumó la ofrenda de su ser al Señor, dejando huellas de Santidad.

 

María Sara fue una mujer con personalidad carismática, de aguda inteligencia, intuitiva y profunda para captar la realidad de su tiempo. Bogotana de su época y de su cultura, que supo leer en los acontecimientos cotidianos el paso de Dios en la historia. Una mujer intrépida, valiente, audaz, de naturaleza sencilla y tímida pero firme en sus decisiones, sensible pero capaz de resistir con heroísmo los embates de la tempestad, como roca firme. En sus escritos descubrimos a Madre María Sara como mujer eucarística que palpitó siempre por el Santísimo Sacramento cuyo fundamento es la contemplación del misterio realizado en Nazareth: «la Encarnación del Verbo». Actualmente, es sierva de Dios y la congregación lleva adelante el proceso de canonización.